
No quiero que existas. No quiero que llegues triunfante y victoriosa para despojarme de todo. ¿No te enseñaron del respeto, de la amabilidad? ¿No supieron enseñarte a caso que uno no debe asistir a los lugares en donde no es bienvenido?
No quiero el consuelo inapetente y conformista de decir me quedo en aquellos versos. No quiero el placebo de escuchar se va pero se queda…
¿Se queda? ¿Adónde? Sin sus manos, sin sus ojos, sin esa sonrisa que iluminaba la luna… Te lo llevás todo, impunemente. Llegás a hurtadillas y en secreto como los traidores, para poner un terminante punto final. Sos tan definitiva y definitoria. Quisiera verte enferma, agonizando, rogando piedad. Quisiera ser tan fuerte como para detenerte. Pero sólo, a veces, algún interceptor consigue distraerte, retrasarte la llegada. Pero volvés, siempre volvés. Con tu decrepitud, tu vileza, tu hostilidad. Tan soberana y soberbia. Sos la que nunca perdió. Pero no admiro tu poder. Lo detesto, con todas las fibras de mi cuerpo. Porque sé que vendrás por los que quiero. Por todos y cada uno, sin importar que no lo merezcan. No creo en tu misterio, en esa caridad que le das a los poetas, en esa tentación que sentimos a veces todos los que creímos ver en vos la ausencia de dolor.
Pero no puedo hacer nada, ¡NADA! Tengo que sentarme a esperar para ver cómo de a poco destruís todo mi universo. Te llevás las miradas que me dan paz, me dejás paulatinamente sin caricias, sin besos, sin astros. Vas saqueando todos los territorios.
Te odio. Pero te odio con dolor, con furia, con desdén. Hay personas que no quiero que te atrevas a tocar nunca. No voy a permitirte la impertinencia de corromper a quiénes amo… Sin embargo… ¿cómo hago? ¿Cómo impido tu acción? Tu manto frío, aborrecido, brutal y descortés con el cual nos envolvés a todos en un estado de terrible igualdad. Tocás a un Rey, al enviado de Dios, a una Santa o al más insignificante de los seres y los igualás. Nos convertís en deshielo, en sangre coagulada, en objeto, en putrefacción. ¿Cómo se te permite semejante imprudencia? ¿Dónde está el ente que pueda combatir tu injusticia? Te movés con ese descaro porque sabés que no hay nadie con la magnitud para defendernos de tu ultraje. Pero yo creo en un Dios, soberano y justo, racional y perfecto que puede encender su luz para iluminar tu hedionda oscuridad. Creo en él, más que en mí misma, pero igual te temo. Tengo terror de que llegues y me sorprendas, tengo horroroso pánico de esa fecha que irá escrita debajo de mi nombre, debajo de los nombres de los que amo.
Tenés un aliado poderoso e implacable, por eso te es tan fácil ganar este juego. Aquel que fortalece relaciones, que da experiencia, seguridad, aquel que a veces nos juega de amigo y nos hace creer que lo tenemos a nuestro lado. Siempre nos traiciona porque camina de tu mano. Nos ataca por la espalda.
Sé que vas a llegar, que sos ineludible, que no puedo esconderme ni esconderlos, lo sé. Pero quiero dejarte en claro que estoy definitivamente en tu contra, que te detesto y que no espero que seas piadosa conmigo. Me apena tu insensibilidad. Me da lástima esa tarea tuya de alimentarte del aliento de los otros. Existís sólo porque otros ya no existen ¡qué triste manera de sobrevivir!
Qué buena personificación de la muerte!!, todos la despreciamos así. Ojalá nunca llegara, pero bueno... igual llega. Aunque no me gusta creer que alguna vez sentiste a la muerte como ausencia de dolor. La muerte no es más que el fin y todos los finales son tristes y dolorosos...
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