18 de agosto. Un día con esta fecha pero hace ciento sesenta
y cuatro años morían Camila O´ Gorman y Uladislao Gutiérrez. Podemos decir que
murieron víctimas de la impiedad, de la injusticia, de la represión. Pero yo
estoy convencida de que a estos amantes los mató la hipocresía. La ignorancia
de una sociedad que censura y reprueba todo aquello que quisiera hacer pero le
es imposible por falta de coraje.
Si Camila y Uladislao hubiesen vivido por estos años
seguramente la osadía de su amor no hubiera ocasionado más que sutiles
murmullos y, con suerte, alguna nota en algún noticiero que no encontrara nada
más importante que contar. Pero vivieron en un momento histórico que hoy se nos
hace lejano y ajeno y al cual seguramente nos cuesta imaginar.
De todos modos, no es mi intención reescribir datos
históricos ni mucho menos criticar la moral de una sociedad que ya no existe.
Sólo escribo para conmemorar a una mujer a la que admiro. No por caer en la
cursilería de alabar a una heroína romántica. Camila representa mucho más que
una trágica historia de amor. Para mí, su nombre es sinónimo de coraje, de
voluntad, de decisión y, por qué no también, de esa bendita irreverencia que
tanta falta nos hace a veces. Por aquellos años, la puesta en práctica de la
palabra libertad era virtud de muy pocos, algunos se habrán atrevido a
desearla; otros, se habrán conformado con imaginarla posible en años venideros
y la gran mayoría se habrá resignado a su suerte. Pero tengo la sensación de que las mujeres ni
siquiera osarían pensarla.
Camila no sólo la pensó, también la puso en práctica, la
llevó a cabo, la sintió y, aunque más no sea por un tiempo breve, la hizo
posible. Dos jóvenes que rompieron las reglas, que lo arriesgaron todo, o dicho
en otras palabras que hicieron digna y
sublime la noción del amor. Se amaron, como deberíamos amarnos todos. Dejando a
un lado lo que nos margina, lo que se nos prohíbe, lo que nos coarta.
Sublevados contra el mundo se fugaron a vivir un sueño que valía mucho más que
la vida que perderían luego.
Tengo la triste sensación de estar en medio de un momento
cultural, innegablemente más libre que el de hace ciento sesenta y cuatro años,
pero también más frívolo. No sé qué concepción del amor se puede reconstruir en
este momento, tampoco quiero detenerme ahora a pensarlo. El amor que
esta pareja representa a muchos les pasa de lejos, y les recuerda más a una
obra de Shakespeare que a una emoción cabalmente maravillosa y digna de sentir.
A nosotras, las mujeres del siglo XXI nos sobra la libertad que le arrebataron
a Camila, sin embargo ¿qué hacemos con ella? ¿Para qué la usamos?
Una vez, le contaba a un hombre la historia de estos
amantes: “habría que pedirles perdón en nombre del amor”, me dijo. Y estuve tan
de acuerdo con esa reflexión que fue esa idea la que hoy me movió a escribir. Perdón porque la mayoría de las veces no
sabemos amar. Perdón por confundir, difamar, rechazar, olvidar, relegar al
amor.
Y yo los admiro, claro que los admiro. Admiro esa fuerza y
esa voluntad. La audacia y la insolencia. La certeza y el denuedo de sus
sentimientos. Admiro sus ansias de libertad. Y en honor a su memoria no
deberíamos guardarnos los te amo, ni ocultar las caricias. En honor a los que
supieron morir en el amor es que no deberíamos renunciar a él cuando lo sabemos
cierto y verdadero bajo la piel. Cuando llega para imponerse ante nosotros con
esa gobernabilidad absoluta con la que le gusta presentarse. Porque si tuviéramos la intrepidez de Camila
y la resolución de Uladislao, otra sería la historia. Si existiera la
posibilidad de traer sus almas a nuestros cuerpos, no habría tantas historias
de amor por la mitad. Las almas de esos
que se amaron hasta perder la vida. Hoy que
no es necesario morir por amor, y sin embargo en ocasiones somos tan
ineficientes que no podemos ni siquiera vivir por amor.
Con este texto corro el riesgo de parecer cursi o demasiado
simple, pero no puedo ni quiero ocultar mi necesidad de conmemorar la memoria
de quienes necesitaron libertad y no la pudieron tener. No quiero olvidar el frío y el miedo que dos
jóvenes valientes habrán sentido al
estar vendados frente al paredón, y necesito creer que el amor es mucho más
fuerte que eso. Necesito la certeza de que esos disparos no acabaron con la pasión, que sirvieron tan sólo para que se
demostraran lealtad, para que reafirmaran su amor, para saberse unidos hasta la
muerte. Y necesito imaginar que el dieciocho de agosto de 1848 es el día en que
Camila O´ Gorman y Uladislao Gutiérrez se amaron más que nunca porque sabían que
lo habían dado todo. Sin duda para mí, esa fecha fatídica representa el día en que
un joven cura y una niña de la alta sociedad le enseñaron al mundo cómo se debe
amar.
Yo redescubrí la historia de Camila gracias a vos. Y sí, coincido con vos. Ahora que tenemos la oportunidad no tenemos la valentía. Es verdad, habría que pedirles perdón en nombre del amor.
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