jueves, 17 de febrero de 2011

Incógnita


¿Cómo serán los espacios, cuando no estemos en ellos?

¿Cómo será la fuente, sin los ojos nuestros?

Ese pasto verde en el que caminábamos,

andará sufriente las huellas de otros pasos.

Si pudiera ver esa calle, cuando vos y yo no la caminemos.

Aquella iglesia vacía de nuestros cuerpos.

Las camas de los hoteles, la plaza, los espejos.

El Río de la Plata cómo será cuando no estemos para verlo.

Qué soledad de nosotros sufrirán las librerías.

¿Quién ocupará el espacio que dejamos en las sillas?

Adónde irá a caer el sol cuando no caiga en nuestros besos.

¿Qué aspecto tendrá entonces esa cuadra de San Telmo?

Porque el arte no está en los barrios, ni en las calles, ni en las esquinas,

La belleza no resulta bella si no hay nadie que la admira.

Cambiaremos el paisaje de las estaciones, cuando salgamos de sus rutinas.

Buenos Aires perderá algo de magia después de nuestra despedida.

martes, 1 de febrero de 2011

¿Complot contra la soltería?


Sin duda hay algo extraño. Muy extraño. Algún ser, posiblemente siniestro, planea boicotear mi libertad. Alguien muy poderoso debe estar perjudicándose con mi libre albedrío y entonces comenzó un enmarañado plan para, de manera sutil, aprisionarme y volverme rutinariamente infeliz. Pero pronto voy a descubrir quién es. Alguno de sus tantos secuaces lo delatará tarde o temprano. Debo ser paciente y perseverar. No fue fácil arribar a esta conclusión, pero evidentemente hay algo inusual sucediendo allá afuera, cerca de mí, y voy a descubrirlo.

Pensarán que estoy fabulando, pero no. De ninguna manera. Estoy prácticamente convencida de que alguien, quizás una asociación de ancianos millonarios frustrados, que luchan contra las mujeres libres, independientes y felices, ofrecen una inimaginable cantidad de dinero a aquella persona que consiga que yo firme en el registro civil un acta de matrimonio y muestre orgullosa mi libreta en una foto . Esta es la única explicación racional que justificaría por qué tanta gente se muestra preocupada por mi soltería y no dejan de exponerme los beneficios del matrimonio, junto con la pregunta “¿no sé qué estás esperando?”. Interrogación que hacen con cara de superioridad, frunciendo el entrecejo, mientras achican los ojos, arrugan los labios y agregan: ¿cuántos años tenés, ya? Tenés que ir pensando en casarte.

No hay duda de que cuando yo me case mucha gente se verá favorecida, seguramente con una desorbitada suma de dinero. No hay otra explicación. Es lo único que se me ocurre pensar para comprenderlos. Porque la otra opción sería creer que son todos un montón de conservadores sociales, de mentalidad bastante restringida y vulgar, que no pueden evitar entrometerse en la vida de los otros. Y sobre todo que creen que la vida supone una única manera de hacer las cosas. Pero me resisto a pensar que esta sea la razón. No puede haber tanta gente limitada y mediocre a esta altura del partido.

En fin sea cual fuere la razón les aviso que de nada sirve tanta insistencia. Si algún día decido entrar a un altar en calidad de novia va a ser una decisión tremendamente personal en donde las opiniones de los otros y los mandatos sociales no van a entrar en juego. La mayoría de los matrimonios terminan en el encono, en el aburrimiento o en la desilusión. Eso es casi una verdad universal. Aunque cierto es que no importan las estadísticas de los divorcios, ni de matrimonios infelices, cada uno quiere vivir su propia experiencia. Igualmente no voy a hacer acá una exposición de los pros y los contras de la vida conyugal. Mi preocupación se centra en la extremada cantidad de personas que repiten una y otra vez el mismo y gastado interrogatorio. Como si uno tuviera fecha de vencimiento para enamorarse. Me sorprende encontrar en la calle personas que parecen interpretar alguna extraña representación de una obra propia del teatro isabelino. ¡Gente, por dios! Me han hecho comentarios que leí en personajes de Shakespeare. Entonces uno piensa, tantos siglos después y no avanzamos nada.

Tengo pocas certezas, pero una de las más importantes es la de saber que la felicidad tiene muchas formas. Dato que tendrían que aprender muchos. Porque si seguimos fórmulas o recetas para ser felices probablemente arribemos a una felicidad prefabricada, poco genuina y al borde del derrumbe.

En cuanto a mí y a lo que me mantiene soltera, en algún rincón creo que es el miedo. Miedo a descubrir demasiado tarde que mi vida así como está ahora es perfecta. Pero fundamentalmente es que resulta ser que tengo la paciencia necesaria para esperar. Voy a casarme cuando esté ciega de amor. Cuando haya llegado el rayo que me quite la respiración. Cuando me lo reclame la piel. Cuando el dar sea por plena actitud de entrega y no de resignación. Cuando no pueda elegir.

Mientras tanto trataré de descubrir cuál es el motivo que lleva a todos a caer en las mismas curiosidades y reiteradas insistencias. Porque sospecho que sufren esta especie de tortura todas las mujeres que por decisión, bendición, fatalidad o lo que sea, permanecen aún sin marido. Ojalá no sea ni falta de originalidad, ni un resultado inevitable que sucede a mentalidades vulgares. De todos modos, ustedes tranquilas, porque voy a averiguar quién está detrás de todo esto. Sean libres y disfruten. Cierren los oídos y abran las alas, hay tanto universo por explorar, tanto cielo por volar. El casamiento no es una imposición, ni un deber. Es un sentir. Y la libertad es lo más preciado que tenemos, si vamos a compartirla, que valga la pena. Yo prefiero invertir las cosas: “Soy feliz, pero no tengo marido…”

No sé si podré vencer a esta corporación que lucha contra la soltería, lo único que puedo es advertir, ya que el próximo ser que caiga en el desgastado y común interrogatorio frente a mí puede sufrir serias consecuencias.