domingo, 3 de julio de 2011

Los amantes



Se encontraron muchas veces en las páginas de un libro,

se amaron en silencio en un cuadro de vanguardia,

se definieron en las palabras de los poetas antiguos

y lloraron largamente en una canción desesperada.


Él la recordaba en todos sus olvidos.

Ella lo llevaba a él en el peso de su espalda.

Lo diseminaba en todos sus sentidos.

Y él la olía en el café de las mañanas.


Escribían su historia con el esmero de los artistas

en perfecta confabulación ajenos a los desentendidos,

con paciencia, dedicación y precisión egoísta.


Rompieron en cada encuentro los límites de espacio y tiempo

trajeron Paris a San Telmo

y vivieron un siglo que no duró más que un momento.


No precisaba tener un nombre

la reciprocidad que compartían

cada no sé cuántas noches,

cada no sé cuántos días.


Era más que suficiente el sonido de una voz

para sellar las cadenas de la dependencia

y con sólo la intención de un beso

firmaban la ley de la pertenencia.

martes, 3 de mayo de 2011

El milagro de la inmortalidad


Murió Sábato. La acepción de la palabra morir implica dejar de vivir, extinguirse, dejar de existir. Y yo me pregunto ¿dejará de existir alguien que puso su carne en la tinta de sus historias? ¿Se extinguirá el fragmento del alma que queda pegado en cada página?

A mí me queda en la piel ese sufrimiento por ser humanos que compartía con él casi en complicidad. Me queda el entendimiento por su aversión hacia una especie que no puede elegirse y con la cual debemos convivir porque la encontramos desde la primera hora de la mañana en el espejo. Y claro, me queda todavía mantener con él muchos diálogos de conciencia. Me quedan muchas cosas por debatir, por entenderle, por refutarle. Me quedan mil enojos más por tener con sus opiniones, y un número infinito de motivos nuevos para seguir admirándolo.

No necesitó una trasmisión interminable de su despedida, ni personas con pancartas en las plazas, no necesitó grafitis ni banderas con su nombre. Y muchos de los que lo despidieron u homenajearon quizás no hayan ni hojeado sus libros. No necesitó un país de luto ni un cortejo despampanante. No porque no lo haya merecido. Sino porque así se van los grandes hombres. Con un montón de amigos y de lectores sinceros que no tardaremos en reabrir las páginas de El túnel para reencontrarlo en las palabras de Juan Pablo Castel. Este hombre que escribió como pocos y vivió como muchos, este hombre, era argentino. Con nuestra misma historia, con nuestro mismo arsenal de pasado y con este presente que tanto nos cuesta aceptar. Otro intelectual que engalana las letras argentinas, otro motivo para sentirnos orgullosos de este suelo a pesar de todo.

Estamos ahora frente a otro de los grandes milagros de la literatura: la inmortalidad. La muerte no puede evitar que Sábato siga acompañándonos. Sin duda, ese es el mayor triunfo del que escribe con el cuerpo. Renacer cada vez que se abre un libro, y respirar al oído de sus lectores en cada letra. Mi soledad se puebla siempre de estas compañías que aparecen en forma de ideas, historias o personajes. Y entonces uno se pregunta cómo agradecerle al hombre o al escritor o al hombre escritor que nos consuela, nos abraza y acompaña en esos ratos en los que más necesitamos saber que no estamos solos, que el mundo nos duele por igual, que la existencia nos pesa, cómo recompensar esa compañía absoluta, plena, elocuente y precisa que además nos hacer crecer, nos enfrenta con verdades insospechables que dormían en nosotros a la espera de un rescatista que las hiciera salir a luz. Bendita intelectualidad que tanto nos castiga y nos premia, bendita sensibilidad que nos permite hermanarnos y sentirnos bajo una misma piel, más allá de cualquier época, nación o cultura. Bendito el arte de las palabras que no nos deja desaparecer de la necesidad de los otros.

Bendito escritor y sus fantasmas.

jueves, 10 de marzo de 2011

Lluvia


Caminaba agobiado por el calor de diciembre. Oliendo a melancolía por todos los rincones. Dejando caer sobre su frente las gotas de sudor espeso, mientras respiraba casi por obligación. Iba por la calle con movimientos pesados, tardíos y a desgano, como si sostuviera sobre su cabeza el peso de todo un mundo. De repente, y para su sorpresa el cielo ennegreció todo el paisaje. Un estruendoso ruido lo hizo imaginar que el universo acababa de abrirse en dos. De esta manera, se desató la tormenta.

Pero no era la lluvia habitual. Lejos de caer esas inmensas gotas de agua tan típicas y repentinas en las tardes de verano, a él le llovieron palabras. Millones de palabras, recortadas, sueltas, inconexas le caían sobre la cabeza. Todas escritas con la misma letra: redonda, pequeña, femenina y a la vez, desprolija y apurada. Le llovían por los costados, y algunas se aferraban a su ropa para no caer.

Llovió poco tiempo, pero con gran intensidad. Tanto que este hombre terminó empapado de la cabeza a los pies. Quizás hubiese tenido que tomarse el tiempo necesario para unirlas, armarlas, darles cohesión y coherencia. Tendría que haber intentado descifrar un mensaje. El hecho ameritaba el esfuerzo. Rara vez a uno le llueven palabras a montones, por lo que se puede suponer que este diluvio, algún misterio oculto debió haber tenido. Pero nuestro protagonista no se preocupó en resolverlo. Simplemente siguió caminando, aún después de que paró la lluvia. Durante la tormenta, ni siquiera se molestó en apresurar el paso, seguramente porque esas letras lo refrescaban, le quitaban el agobio del verano, le acomodaban la respiración. Disfrutó ese instante de alivio y hasta en un suspiro respiró tres o cuatro palabras que se le mezclaron luego con la sangre.

Cuando pasó el chaparrón se sintió como nuevo. Liberado vaya a saber de qué cadenas y hasta incluso como si tuviese algunos años menos. Supo después de mucho tiempo lo que era sentirse realmente bien. Miró de reojo las palabras que habían caído más cerca. Intentó, sin poner mucha atención, memorizar algunas por si acaso. Hay quienes dicen que guardó algunas escogidas mediante un puñado al azar, y aún las conserva secretamente en un cajón. Desconocemos ese dato.

Sólo sabemos que después de la lluvia apuró el paso, con un extraño bienestar. No sabemos si se sentía feliz, pero notamos por los cambios en su rostro que estaba mucho mejor.

Caminaba seguro y decidido, dejando atrás el episodio reciente. Alejándose de las letras que se perdían en la distancia. Imprevistamente debió atravesar un charco, entonces improvisó un salto poco elegante. Su pie derecho cayó con fuerza y el sonido del pisotón retumbó en el silencio de la tarde. Siguió luego su paso continuo e inmutable. Y así, lo fuimos perdiendo de vista. Nunca supimos a dónde fue. Ni si alguna vez recordará lo que acabó de sucederle. Cuando ya su silueta se perdía en el horizonte empezamos a escucharlo silbar, pero el sonido es tan imperceptible que siempre tendremos la incógnita sobre qué canción evocó en aquel momento.

Sobre la vereda ya casi no quedan rastros de la lluvia, como si las palabras se hubieran evaporado sin haber cumplido su misión. Quedan sólo unas pocas que se resisten a desaparecer, y sobre la calle, donde segundos antes caía un pisotón, queda una palabra sucia, arrugada, atravesada por una pesada huella. Nuestra curiosidad necesita saber cuál de todos eso vocablos que cayeron es el que aplastó impíamente nuestro hombre.

Acercamos la vista para descubrir paradójicamente que esa palabra última, y ya sin voz, no es nada más que un simple y breve nombre de mujer.

jueves, 17 de febrero de 2011

Incógnita


¿Cómo serán los espacios, cuando no estemos en ellos?

¿Cómo será la fuente, sin los ojos nuestros?

Ese pasto verde en el que caminábamos,

andará sufriente las huellas de otros pasos.

Si pudiera ver esa calle, cuando vos y yo no la caminemos.

Aquella iglesia vacía de nuestros cuerpos.

Las camas de los hoteles, la plaza, los espejos.

El Río de la Plata cómo será cuando no estemos para verlo.

Qué soledad de nosotros sufrirán las librerías.

¿Quién ocupará el espacio que dejamos en las sillas?

Adónde irá a caer el sol cuando no caiga en nuestros besos.

¿Qué aspecto tendrá entonces esa cuadra de San Telmo?

Porque el arte no está en los barrios, ni en las calles, ni en las esquinas,

La belleza no resulta bella si no hay nadie que la admira.

Cambiaremos el paisaje de las estaciones, cuando salgamos de sus rutinas.

Buenos Aires perderá algo de magia después de nuestra despedida.

martes, 1 de febrero de 2011

¿Complot contra la soltería?


Sin duda hay algo extraño. Muy extraño. Algún ser, posiblemente siniestro, planea boicotear mi libertad. Alguien muy poderoso debe estar perjudicándose con mi libre albedrío y entonces comenzó un enmarañado plan para, de manera sutil, aprisionarme y volverme rutinariamente infeliz. Pero pronto voy a descubrir quién es. Alguno de sus tantos secuaces lo delatará tarde o temprano. Debo ser paciente y perseverar. No fue fácil arribar a esta conclusión, pero evidentemente hay algo inusual sucediendo allá afuera, cerca de mí, y voy a descubrirlo.

Pensarán que estoy fabulando, pero no. De ninguna manera. Estoy prácticamente convencida de que alguien, quizás una asociación de ancianos millonarios frustrados, que luchan contra las mujeres libres, independientes y felices, ofrecen una inimaginable cantidad de dinero a aquella persona que consiga que yo firme en el registro civil un acta de matrimonio y muestre orgullosa mi libreta en una foto . Esta es la única explicación racional que justificaría por qué tanta gente se muestra preocupada por mi soltería y no dejan de exponerme los beneficios del matrimonio, junto con la pregunta “¿no sé qué estás esperando?”. Interrogación que hacen con cara de superioridad, frunciendo el entrecejo, mientras achican los ojos, arrugan los labios y agregan: ¿cuántos años tenés, ya? Tenés que ir pensando en casarte.

No hay duda de que cuando yo me case mucha gente se verá favorecida, seguramente con una desorbitada suma de dinero. No hay otra explicación. Es lo único que se me ocurre pensar para comprenderlos. Porque la otra opción sería creer que son todos un montón de conservadores sociales, de mentalidad bastante restringida y vulgar, que no pueden evitar entrometerse en la vida de los otros. Y sobre todo que creen que la vida supone una única manera de hacer las cosas. Pero me resisto a pensar que esta sea la razón. No puede haber tanta gente limitada y mediocre a esta altura del partido.

En fin sea cual fuere la razón les aviso que de nada sirve tanta insistencia. Si algún día decido entrar a un altar en calidad de novia va a ser una decisión tremendamente personal en donde las opiniones de los otros y los mandatos sociales no van a entrar en juego. La mayoría de los matrimonios terminan en el encono, en el aburrimiento o en la desilusión. Eso es casi una verdad universal. Aunque cierto es que no importan las estadísticas de los divorcios, ni de matrimonios infelices, cada uno quiere vivir su propia experiencia. Igualmente no voy a hacer acá una exposición de los pros y los contras de la vida conyugal. Mi preocupación se centra en la extremada cantidad de personas que repiten una y otra vez el mismo y gastado interrogatorio. Como si uno tuviera fecha de vencimiento para enamorarse. Me sorprende encontrar en la calle personas que parecen interpretar alguna extraña representación de una obra propia del teatro isabelino. ¡Gente, por dios! Me han hecho comentarios que leí en personajes de Shakespeare. Entonces uno piensa, tantos siglos después y no avanzamos nada.

Tengo pocas certezas, pero una de las más importantes es la de saber que la felicidad tiene muchas formas. Dato que tendrían que aprender muchos. Porque si seguimos fórmulas o recetas para ser felices probablemente arribemos a una felicidad prefabricada, poco genuina y al borde del derrumbe.

En cuanto a mí y a lo que me mantiene soltera, en algún rincón creo que es el miedo. Miedo a descubrir demasiado tarde que mi vida así como está ahora es perfecta. Pero fundamentalmente es que resulta ser que tengo la paciencia necesaria para esperar. Voy a casarme cuando esté ciega de amor. Cuando haya llegado el rayo que me quite la respiración. Cuando me lo reclame la piel. Cuando el dar sea por plena actitud de entrega y no de resignación. Cuando no pueda elegir.

Mientras tanto trataré de descubrir cuál es el motivo que lleva a todos a caer en las mismas curiosidades y reiteradas insistencias. Porque sospecho que sufren esta especie de tortura todas las mujeres que por decisión, bendición, fatalidad o lo que sea, permanecen aún sin marido. Ojalá no sea ni falta de originalidad, ni un resultado inevitable que sucede a mentalidades vulgares. De todos modos, ustedes tranquilas, porque voy a averiguar quién está detrás de todo esto. Sean libres y disfruten. Cierren los oídos y abran las alas, hay tanto universo por explorar, tanto cielo por volar. El casamiento no es una imposición, ni un deber. Es un sentir. Y la libertad es lo más preciado que tenemos, si vamos a compartirla, que valga la pena. Yo prefiero invertir las cosas: “Soy feliz, pero no tengo marido…”

No sé si podré vencer a esta corporación que lucha contra la soltería, lo único que puedo es advertir, ya que el próximo ser que caiga en el desgastado y común interrogatorio frente a mí puede sufrir serias consecuencias.

domingo, 16 de enero de 2011

Identidad



No soy mi nombre ni mi apariencia.
No soy la opinión de los otros.
No soy las letras con las que me describo.
No soy causa ni consecuencia.
No soy mi apellido.
No me reconozco en la figura que devuelven los espejos.
No estoy hecha a imagen y semejanza del dios en el que creo.
No soy el caos en el que prospero, ni soy un número de documento.
No soy mi ADN, ni mis fotos, ni mis caprichos.
No soy mis cosas, ni lo que consigo.
No soy cuerpo, ni alma.
Soy lo que escribo.

sábado, 15 de enero de 2011

Soledad.



Ausencia de los otros.
Sola de amigos y familia.
Sola de héroes y fantasmas.
Sola de muertos.
Sola de Dios.

sábado, 8 de enero de 2011

Costumbre


Quiero irrumpir en vos
con la eficacia del arte
serle tan común a tu carne
como el miedo o la sangre.
Quiero eclipsar tu sol
ser tu estrella más radiante
colonizar tu galaxia,
aturdirte, reinventarte.

Quiero bañarme en vos,
saciar mi sed con el agua de tu luna,
ser tu hambre, tu avidez
tu acervo, tu fortuna.
Quiero morir en tu voz,
eternizar mi calma en el arrullo de tu risa.
Quiero caer en vos,
ser un ritual
como las siestas, como la misa.
Quiero repetirme en vos,
como Gardel o el mejor tango,
intervenirte, que me releas
que me analices,
como a los cuadros.
Quiero partirte en dos,
conmoverte hasta los huesos,
ser una frase, una canción,
una estética, un silencio.

Quiero creer en vos,
que seas mi Cristo, mi bendición,
mi credo.
Yo quiero quedarme en vos
como el más sublime pensamiento,
como las buenas poesías,
como los libros del ciego.
Permanecer en vos
en todos tus movimientos,
ser una buena costumbre ,
un hábito, un reflejo.