martes, 13 de julio de 2010

Los otros...


Vamos a dejarlos que lapiden esta insolencia de amarte. Que murmuren por lo bajo, que deshagan a pedazos mi fragilidad. Que intenten desnudar mis intenciones, entre fábulas y mentiras. Vamos a dejarlos que apuñalen por la espalda. Que cuestionen este amor. Hay que permitirles sacar a relucir sus envidias. Vamos a dejarlos…
Mientras tanto bebo el vino de tu boca, porque mejora su sabor. Respiro el aire de tu aliento y te permito una caricia indebida que se esconde de los ojos curiosos que nos miran. Mientras esas bocas se desgastan en hablar de lo inapropiado de este encuentro, nuestras lenguas se acarician sin perder el tiempo. Y me confundo casi desvaída en la humedad de tu beso. Mientras todos intentan descifrar nuestro secreto, se amalgaman tu experiencia y mi curiosidad para que hagamos arte con nuestros cuerpos. Tus manos bajo mi ropa hacen que mi piel se escabulla entre tus dedos. Las caricias se vuelven firmes y certeras, se nos apuran los besos. Mientras el mundo sigue con su impiedad y sus desventuras, en algún lugar, vos y yo permanecemos ajenos a todo desencanto. Para mi mirada no hay mejor asilo que tu cuerpo, y sé que para tus labios el mejor recorrido está en las fronteras de mi piel. No hay límites en ese tiempo, nadie pone restricciones a tanta pasión. La palabra prohibido la dejamos para aquellos que tengan miedo, en mi juridisdicción gobierna la voluntad de tu deseo. Nos embriagamos con tanta carga pasional que cada vez soy más tuya y vos sos cada vez más mío. Creo que ya no sabríamos delimitar nuestros cuerpos. La piel de mi cuerpo está mezclada en tu piel y no podemos distinguirnos uno del otro. ¿Cómo nos va a importar la opinión de los ajenos?
Que maceren nuestros nombres, que nos señalen con el dedo. Que se sienten a prejuzgar, que hablen, como siempre de más, e incluso que nos falten el respeto. ¡Da igual! Sus sentencias terminantes son la sal que alimenta nuestro fuego. Vamos a dejarlos, y nosotros, disfrutemos.

domingo, 11 de julio de 2010

Lejana y desconocida


No quiero que existas. No quiero que llegues triunfante y victoriosa para despojarme de todo. ¿No te enseñaron del respeto, de la amabilidad? ¿No supieron enseñarte a caso que uno no debe asistir a los lugares en donde no es bienvenido?
No quiero el consuelo inapetente y conformista de decir me quedo en aquellos versos. No quiero el placebo de escuchar se va pero se queda…
¿Se queda? ¿Adónde? Sin sus manos, sin sus ojos, sin esa sonrisa que iluminaba la luna… Te lo llevás todo, impunemente. Llegás a hurtadillas y en secreto como los traidores, para poner un terminante punto final. Sos tan definitiva y definitoria. Quisiera verte enferma, agonizando, rogando piedad. Quisiera ser tan fuerte como para detenerte. Pero sólo, a veces, algún interceptor consigue distraerte, retrasarte la llegada. Pero volvés, siempre volvés. Con tu decrepitud, tu vileza, tu hostilidad. Tan soberana y soberbia. Sos la que nunca perdió. Pero no admiro tu poder. Lo detesto, con todas las fibras de mi cuerpo. Porque sé que vendrás por los que quiero. Por todos y cada uno, sin importar que no lo merezcan. No creo en tu misterio, en esa caridad que le das a los poetas, en esa tentación que sentimos a veces todos los que creímos ver en vos la ausencia de dolor.
Pero no puedo hacer nada, ¡NADA! Tengo que sentarme a esperar para ver cómo de a poco destruís todo mi universo. Te llevás las miradas que me dan paz, me dejás paulatinamente sin caricias, sin besos, sin astros. Vas saqueando todos los territorios.
Te odio. Pero te odio con dolor, con furia, con desdén. Hay personas que no quiero que te atrevas a tocar nunca. No voy a permitirte la impertinencia de corromper a quiénes amo… Sin embargo… ¿cómo hago? ¿Cómo impido tu acción? Tu manto frío, aborrecido, brutal y descortés con el cual nos envolvés a todos en un estado de terrible igualdad. Tocás a un Rey, al enviado de Dios, a una Santa o al más insignificante de los seres y los igualás. Nos convertís en deshielo, en sangre coagulada, en objeto, en putrefacción. ¿Cómo se te permite semejante imprudencia? ¿Dónde está el ente que pueda combatir tu injusticia? Te movés con ese descaro porque sabés que no hay nadie con la magnitud para defendernos de tu ultraje. Pero yo creo en un Dios, soberano y justo, racional y perfecto que puede encender su luz para iluminar tu hedionda oscuridad. Creo en él, más que en mí misma, pero igual te temo. Tengo terror de que llegues y me sorprendas, tengo horroroso pánico de esa fecha que irá escrita debajo de mi nombre, debajo de los nombres de los que amo.
Tenés un aliado poderoso e implacable, por eso te es tan fácil ganar este juego. Aquel que fortalece relaciones, que da experiencia, seguridad, aquel que a veces nos juega de amigo y nos hace creer que lo tenemos a nuestro lado. Siempre nos traiciona porque camina de tu mano. Nos ataca por la espalda.
Sé que vas a llegar, que sos ineludible, que no puedo esconderme ni esconderlos, lo sé. Pero quiero dejarte en claro que estoy definitivamente en tu contra, que te detesto y que no espero que seas piadosa conmigo. Me apena tu insensibilidad. Me da lástima esa tarea tuya de alimentarte del aliento de los otros. Existís sólo porque otros ya no existen ¡qué triste manera de sobrevivir!

jueves, 8 de julio de 2010

El arte y yo...


Y sí, vivo con este invierno en el pecho, aunque sea verano, aunque haga calor. Hay un frío transparente que atraviesa mis entrañas, esta soledad que no deja de pisarme la sombra. Me reconozco en otros versos, en palabras ajenas que germinaron en mí. Tengo un torrente en las venas que se me escapa y este cuerpo que contiene las ganas de huir. Me siento ajena a este espacio, a este tiempo y busco en otros ojos la mirada que destelle los colores que yo destilo. El mundo que yo veo me es tan indiferente, pero hay otros, que escribieron, que cantaron, que pintaron mi mismo dolor, entonces sé que no estoy sola, esta es una soledad de muchos. Una soledad que viene viajando a través de los siglos, y perdura en algunas almas indefensas, intranquilas, ¿incongruentes?
Soy esto que luce, a veces un vestido azul, a veces una perla roja. Soy estos cinco sentidos con los que percibo, conozco, creo y descreo. Soy este ser atrapado en la bocacalle de las letras. Esta mariposa inquieta que no puede apagar la máquina de sentir, que no puede ser normal. Soñar con una familia feliz, con un viaje a Brasil, con una boca seductora que besa. Ansío un verso perfecto, una estrofa eterna, una palabra justa. Soy feliz con una frase, con una voz que emociona, con un piano en armonía. No pretendo acumular riquezas, objetos, títulos. Prefiero acumular recuerdos, sensaciones, prefiero repetir de memoria las palabras fanales, prefiero arte. En un mundo de injusticia y desesperación. En un mundo impropio, mezquino, vil, prefiero arte.
El olvido que a veces me baña y deja que me ría de un chiste simple y banal es la limosna que me da el destino para mitigar el dolor. Para hacerme sentir igual, para teñirme de indiferencia como aquellos que no murieron nunca vendados contra el paredón, porque no tuvieron valor para arriesgar, no tuvieron rebeldía que ofrecer, voluntad para luchar. Es verdad que unas meras palabras no van a cambiar el mundo, tampoco la acción de un político, ni las manifestaciones, ni la religión. El mundo no puede cambiarse. Pero puede cambiarse un alma. Podemos regalar emoción, frustración, sensibilidad, lágrimas o sonrisas. ¿Qué más necesita el hombre para sobrevivir? Si Madame Bovary me sirvió de consuelo, si el Ángel Gris me regaló los sueños más gratos, si El extranjero fue un placebo, Alfonsina una heroína, Shakespeare una ilusión. Nadie me dio tanto.
Tal vez el arte viaje en un río traicionero, que dibuje una realidad que no existe. Importa que Julieta no sea más que la imaginación de un hombre. ¿No es más que la imaginación de un hombre? Lloré por la muerte de Margarite Gautier, y ese llanto fue real, tan real como cuando se llora una traición. La vida de Amaranta es trágica y resignada y eso no puede discutirse. Porque su vida es real. Porque Macondo es un lugar guardado en algún rincón que ya vamos a encontrar. Prefiero creer en los duendes, antes que creer en el comunismo, en los derechos humanos o en las Naciones Unidas. Prefiero creer en la magia que no lastima, que no se alimenta de los despojos de los demás. Prefiero creer en Dios antes que en un líder. No es que haya perdido la cordura, pero hace rato que ya no la uso. No la creo necesaria en este mundo de insensatos, egoístas y manipuladores. No me sirve la razón. La olvidé en el pantano de las alegrías. La deje en un costado. Y ahora busco un referente que me salve, que me guíe, que me aliente. Quiero mirarme en los espejos sin hacerlos sangrar. Quiero creer en un futuro mejor vestido. Quiero a la dignidad como algo común y corriente, nada para admirar. Pero sigo deletreando las ideas que me habitan y que tal vez jamás podré escribir. Sigo sin ser útil, necesaria. Afilo mis colmillos como en cada mañana y me preparo a combatir en lo cotidiano, a sobrevivir, a dejarme ser. Mientras espero el arribo de un colega que me acompañe en este viaje, alguien convencido de que existe el paraíso aunque ya sepa de ante mano que lo más probable sea que no acabemos en él.