miércoles, 29 de diciembre de 2010

Mamá.


Feliz cumpleaños, ma!!

Porque me bastan tus manos para sanar cualquier cosa. Porque tu presencia mitiga mi angustia, tu sonrisa hace renacer mi alegría, tu calma trae serenidad, tu vigilia relaja mi descanso. Porque sos mi sostén, mi bálsamo y mi fuente. Porque no puedo imaginar la vida sin vos. Porque sos la certeza de que soy una mujer afortunada. Y sobre todo, te quiero por el alcance y la infinidad de ese amor incondicional que te desborda, te deshumaniza y te agiganta, volviéndote un ser casi celestial.

Brindemos hoy para venerar tu sonrisa. Para honrar la juventud que rebosa en tu mirada. Para afianzar esta complicidad que nos une. Brindemos por eso, que yo elijo llamar destino , que hizo que fueras vos el ángel de mi guarda, los brazos que me acunaron, la voz que me dio arrullo, la luz que se enciende cuando todo se apaga. Porque no perdés tu eje cuando yo pierdo el mío. Porque sos mi centro y mi Verdad. Brindemos por un año más que nos regala la vida, no solo a vos, si no a todos los que necesitamos de tu presencia. Porque vivo y, a veces, sobrevivo gracias a vos. Sos la persona a la que admiro, respeto, adoro y venero por sobre todo. Sos el motivo. La respuesta clara y concisa a mis preguntas y cavilaciones.

Brindemos por este pacto de amor que nos une que ya poco tiene que ver con ese lazo maternal porque hoy es mucho más. Brindemos por tu sonrisa que ilumina. Por tu palabra certera. Por los silencios justos. Por este mar de amor que te desborda. Por tanta capacidad de entrega. Por tus milagros y tu belleza.

Brindemos por tu bendita existencia.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Animal Superior

Un cuarto pintado de rosa. Salvajemente desordenado. Una alfombra rosa viejo con pesadas huellas masculinas. Libros de cuentos tirados en el piso, páginas rotas, princesas desdibujadas. Las hadas parecen haberse ido. Una muñeca vieja, rota, abandonada en un rincón, queriendo pedir auxilio, sufriendo su inmovilidad. Una silla volcada. En el escritorio, las páginas mudas de un diario íntimo perfumado. Una radio que, ajena al dolor, reproduce el tema del momento. En la pared un espejo que quiere olvidar el recuerdo de las últimas imágenes. Vaya a saber con qué esfuerzo el galán norteamericano de la foto mantiene esa sonrisa frívola. La cama deshecha. Los pétalos de una rosa deshojada se confunden con las gotas de sangre que traspasan el colchón. Jirones de ropa, mechones de pelo, retazos de piel.

Mañana un colegio dudará en abrir sus puertas. Dos padres no tendrán consuelo. Los diarios ya tienen tapa.
Mañana las personas oirán la noticia mientras comen y esperan que empiece la novela. El más sensible o tal vez el más osado hará un comentario profundo, una opinión, una sentencia. Hasta ahí llegará el compromiso.

Un abogado y un fiscal juntarán pruebas, testigos, declaraciones. Con el tiempo un juez dará un veredicto. ¿Culpable? ¡Cómo si acaso importara!

La muñeca no puede arreglarse. Las hadas no vuelven a las páginas del cuento. La rosa no puede volver a ser pimpollo. El dolor, el olor, el desgarro quedaron en la piel, en los ojos, en la voz. No se limpia. No hay reparo.

Hoy un alumno me preguntó si el hombre es el ser más inteligente del planeta. Yo estaba distraída. Le dije que sí. Estoy arrepentida.

jueves, 7 de octubre de 2010

De todas mis cosas


De todas mis debilidades, la que más respeto es la que me lleva a caer en las líneas de tu boca. La que me obliga a perder mi libre albedrío para someterme a los pedidos de tu voz. De todas mis insolencias, la que más me gusta es la que me permite faltarte el respeto, para hacer de tu cuerpo el vehículo a mi locura. La que me deja decirte lo que quiero, cuando quiero sin cuidar el lenguaje y la armonía. De mis desvergüenzas prefiero aquella que me permitió plantar mi aliento en las palmas de tus manos y colgar entre tus dedos la responsabilidad de una respuesta. De mis muchos despistes, elijo el que permite que me olvide tus ofensas, y acepte reconciliaciones y todos esos besos que vienen, después, en cadena.
De mis ingenuidades, que no me falte nunca aquella que me lleva a creer en el para siempre de tus labios, que es la misma que consiente a tus promesas y te acepta las excusas.
De los secretos, el que jamás confesaré es justo el mismo que sólo vos y yo sabemos y que nadie se imagina.
Del montón de mis errores sólo uno no estuvo equivocado, es el que me llevó a poner mi cuerpo, mi voluntad y mis delirios en tus manos. De mis creencias prefiero esa que te convierte en mi dios, y deposita toda mi fe en tus acciones y palabras. La que te agiganta y enaltece y te vuelve sobrehumano.
De todas las palabras, elijo dos, las más comunes, que se repiten en todas las voces, que se gastan y se usan hasta el cansancio. Pero me encanta sacarlas de mi boca y guardarlas en tu lengua, para que me las digas después. Porque mojadas en tu saliva, abiertas a tu voz, envueltas en tu fonética y revividas por tu aliento, adquieren cada vez un nuevo y mejor significado.

domingo, 3 de octubre de 2010

La muerte al desnudo


Quizás fue la sorpresa de lo inesperado. Quizás la juventud, la vitalidad y la alegría con la que la asociábamos. Lo cierto es que para muchos la muerte de Romina Yan fue tan inexplicable como injusta. Lo verdaderamente trágico queda para su familia y amigos. Para la inmensidad de esos lugares vacíos que deja.
A nosotros, los que estamos lejos, nos queda el sinsabor de la finitud a la que nos vimos obligados a enfrentarnos. Así, tan abruptamente sale a la luz la fragilidad de nuestra existencia. Somos quebrantables, tan vulnerables al destino que nos hace y deshace a su antojo.
La que escribe confiesa que alguna vez, en su infancia, se encontró frente a un espejo jugando a ser Romina, tratando de bailar así, y en alguna ocasión lo habrá logrado. Ya de más grande pensó, como tantas otras chicas, qué lindo sería ser ella. Porque para nuestros ojos, lo tenía todo. Sin embargo, acá estamos ahora. Frente a la realidad, sin tapujos ni mentiras. Porque nos mentimos. Siempre nos mentimos. Cuanto más adultos, más artilugios le buscamos a la vida, a la existencia, a la muerte. Un animal cualquiera, aún el más feroz y poderoso puede morir de repente y no necesitamos justificarlo. Es naturaleza. Pero cuando esto nos sucede a uno de nosotros no podemos entenderlo, necesitamos explicarlo. Algo más, algún secreto indescifrable y misterioso tiene que haber. Tenemos que crear o creer en una razón, porque de lo contrario seríamos naturaleza al desnudo, y eso no podemos admitirlo, aunque la verdad nos estalle en la cara.
Obviamente las explicaciones médicas no son suficientes para justificar esta muerte. Necesitamos más…
Pero para conformarnos nos olvidamos de a ratos, y así construimos nuestra felicidad. Y ese olvido es también el que nos permite enojarnos, insultar o maltratar a quienes más amamos. Porque rara vez tomamos conciencia de que un día cualquiera ese ser se convertirá en ausencia. Una ausencia irreversible en donde no habrá lugar para perdones ni olvidos.
Yo me inscribo a la lista de quienes creen en el destino. Seguimos un camino que no podemos alterar, hagamos lo que hagamos. Nuestra meta es descubrir cuál es ese destino y una vez hallada la respuesta dedicarnos a vivir lo mejor que sepamos hacerlo.
El destino de Romina ya está cumplido. Pero ni la muerte de ella, ni ninguna otra, debe ser en vano. Porque nadie debe irse de este mundo sin hacer ruido. Toda muerte debe ser estruendosa y deberá ser capaz de hacer derramar sobre la tierra alguna lágrima.
Por eso, que el choque brusco que nos dio la realidad ese gris martes 28 de septiembre no sea absurdo. No cambiemos de canal y empecemos de nuevo. Claro que todo seguirá su rumbo, porque ninguna muerte detiene al mundo. Pero empecemos a aceptar que todos estamos en las manos de algo más que no podemos comprender. Entonces habrá que tomar conciencia y saber vivir, incluso por los que ya no pueden hacerlo. No nos callemos nada. No guardemos los abrazos, ni los “te quiero”. Más bien reprimamos los enojos. Disfrutemos lo simple y cotidiano, porque aunque hay cosas que hacemos todos los días, sabemos que no serán para siempre. Y sobre todo vivamos como queramos vivir. En libertad y a pleno vuelo. Siendo lo que queremos ser, amando lo que queramos amar. Sin callarnos nada y de frente a nuestras convicciones. Porque de nuestro futuro no sabemos casi nada, y lo único que sabemos es también lo único que no podemos aceptar.
Por eso dediquémonos a vivir. Porque la muerte llega y con esa puta costumbre de ser, siempre, tan cruel.

viernes, 20 de agosto de 2010

Un refugio para las desilusiones

Sábato dice, que todo ser humano que sea consciente de su mortalidad no puede ser plenamente feliz. El arte sirve para escapar de la muerte, para alejarse un poco del campo del reloj. Las fechas que aún no están escritas debajo de los nombres me persiguen y me angustian. Indefectiblemente todo se perderá. Y no hay manera de evitarlo. Pero lo triste de todo esto es que a veces vivimos esta vida como si fuera un ensayo. Sin tener en cuenta que lo que no hacemos justo a tiempo, quizás no pueda hacerse jamás. Aunque ciertas veces yo también me siento a mirar. Y me quejo de que la vida es injusta, veo cómo no le da a las personas lo que se merecen, veo el dolor y la lucha incansable de las personas que amo, y veo como el destino permanece inmutable. Pero simplemente miro y no sé hacer nada. Vaya a saber por qué nunca tengo velocidad de reacción para darle a la gente que amo lo que sé que se merecen. Entonces, de repente, quiero provocar el cambio. Quiero justificar mi existencia y hacer por mí lo que creo que merezco. Y sí, claro: quiero cambiar el mundo. Y esas cuatro palabras están tan gastadas, se usaron tantas veces que se vaciaron de significado. Ahora no es más que una ambición desmesurada de algunos idealistas. Pero claro, si vamos a cambiar el mundo hay que empezar por pintar nuestra aldea. Entonces empecé. Despacito, empecé a hacer aquello que yo creía que iba a significar el cambio. No en el mundo entero, sólo en la porción de espacio que me tocó. Y ese intento, al que me subo todos los días, con mis ideales y mis convicciones, con toda mi pasión, me trae a cada rato una desilusión. Estoy sola. En medio de un montón de mezquindad e hipocresía. Envuelta entre resignados, conformistas o descreídos. Y esa sensación de frustración, el desamparo de no poder encajar, hace que necesite refugiarme. En los libros, en esa gente que escribió lo que a mí me pasa. En tu música, que alimenta mi bohemia. Hace muy poco alguien me dijo que cuando me dé cuenta de que no voy a poder cambiar el mundo igual le siga siendo fiel a mis convicciones. Ya me di cuenta cómo es la verdad. Pero no voy a dejar de hacer lo que hago, no voy a renunciar a mi pasión, porque no sé hacer otra cosa. Si dejo mis sueños, mis ganas de construir un futuro distinto, no me queda más por hacer. Pero todo es muy difícil, los ideales quedan mejor en los libros, en los versos, pero la gente no suele llevarlos a la práctica. Entonces se me viene a la mente una canción: tan débil soy que cantar (en mi caso escribir) es mi mano alzada y fuerte. No encuentro otra cosa por hacer. No voy a mentir, de a ratos siento que puedo, pero todo se hace inmenso cuando salgo de la cama e incluso el lugar que me tocó es demasiado grande para mí y no sé si puedo conquistarlo. A veces me siento tan grande y tan pequeña a la vez y me hundo en esa ambigüedad sin encontrar respuestas. Por eso me refugio. Alguien dijo una vez “tenemos arte para no morir de la verdad” y yo estoy totalmente de acuerdo. Así, me fusiono entre las letras de aquellos en los que me reconozco, me escondo en un cuadro de Dalí o me diluyo entre las notas de alguna partitura, a fin de engañar a la desilusión para que no me encuentre. No, al menos tan seguido. Lo trágico de esta aventura es saber de antemano que el desencanto ya me tiene en su agenda y que tarde o temprano se va a sentar en mi espalda, como le pasó a todos los que lucharon, escribieron y pensaron, un mundo mejor. La muerte es tan desalmada que viene con la verdad de la mano, y nos hace chocar contra la realidad a la que muchas veces le escapamos. ¿Qué puedo pretender lograr yo, desde este espacio chiquito y con estas alas frágiles?, si los más grandes cayeron irremediablemente en el espanto. Hombres y mujeres activistas de una revolución artística en nombre de la Paz y la Esperanza. Artesanos de una utopía cada vez más distante y desdibujada. Con pavor resuenan en mi inconsciente, casi como un presagio certero las últimas palabras que escribió Saramago en su blog “lo que más me duele de morir es que dejo un mundo mucho peor que el que encontré.” Inevitable certeza que visitará a cada uno de los que aún en medio de tanta paranoia nos atrevemos a creer que podemos cambiar algo.

martes, 13 de julio de 2010

Los otros...


Vamos a dejarlos que lapiden esta insolencia de amarte. Que murmuren por lo bajo, que deshagan a pedazos mi fragilidad. Que intenten desnudar mis intenciones, entre fábulas y mentiras. Vamos a dejarlos que apuñalen por la espalda. Que cuestionen este amor. Hay que permitirles sacar a relucir sus envidias. Vamos a dejarlos…
Mientras tanto bebo el vino de tu boca, porque mejora su sabor. Respiro el aire de tu aliento y te permito una caricia indebida que se esconde de los ojos curiosos que nos miran. Mientras esas bocas se desgastan en hablar de lo inapropiado de este encuentro, nuestras lenguas se acarician sin perder el tiempo. Y me confundo casi desvaída en la humedad de tu beso. Mientras todos intentan descifrar nuestro secreto, se amalgaman tu experiencia y mi curiosidad para que hagamos arte con nuestros cuerpos. Tus manos bajo mi ropa hacen que mi piel se escabulla entre tus dedos. Las caricias se vuelven firmes y certeras, se nos apuran los besos. Mientras el mundo sigue con su impiedad y sus desventuras, en algún lugar, vos y yo permanecemos ajenos a todo desencanto. Para mi mirada no hay mejor asilo que tu cuerpo, y sé que para tus labios el mejor recorrido está en las fronteras de mi piel. No hay límites en ese tiempo, nadie pone restricciones a tanta pasión. La palabra prohibido la dejamos para aquellos que tengan miedo, en mi juridisdicción gobierna la voluntad de tu deseo. Nos embriagamos con tanta carga pasional que cada vez soy más tuya y vos sos cada vez más mío. Creo que ya no sabríamos delimitar nuestros cuerpos. La piel de mi cuerpo está mezclada en tu piel y no podemos distinguirnos uno del otro. ¿Cómo nos va a importar la opinión de los ajenos?
Que maceren nuestros nombres, que nos señalen con el dedo. Que se sienten a prejuzgar, que hablen, como siempre de más, e incluso que nos falten el respeto. ¡Da igual! Sus sentencias terminantes son la sal que alimenta nuestro fuego. Vamos a dejarlos, y nosotros, disfrutemos.

domingo, 11 de julio de 2010

Lejana y desconocida


No quiero que existas. No quiero que llegues triunfante y victoriosa para despojarme de todo. ¿No te enseñaron del respeto, de la amabilidad? ¿No supieron enseñarte a caso que uno no debe asistir a los lugares en donde no es bienvenido?
No quiero el consuelo inapetente y conformista de decir me quedo en aquellos versos. No quiero el placebo de escuchar se va pero se queda…
¿Se queda? ¿Adónde? Sin sus manos, sin sus ojos, sin esa sonrisa que iluminaba la luna… Te lo llevás todo, impunemente. Llegás a hurtadillas y en secreto como los traidores, para poner un terminante punto final. Sos tan definitiva y definitoria. Quisiera verte enferma, agonizando, rogando piedad. Quisiera ser tan fuerte como para detenerte. Pero sólo, a veces, algún interceptor consigue distraerte, retrasarte la llegada. Pero volvés, siempre volvés. Con tu decrepitud, tu vileza, tu hostilidad. Tan soberana y soberbia. Sos la que nunca perdió. Pero no admiro tu poder. Lo detesto, con todas las fibras de mi cuerpo. Porque sé que vendrás por los que quiero. Por todos y cada uno, sin importar que no lo merezcan. No creo en tu misterio, en esa caridad que le das a los poetas, en esa tentación que sentimos a veces todos los que creímos ver en vos la ausencia de dolor.
Pero no puedo hacer nada, ¡NADA! Tengo que sentarme a esperar para ver cómo de a poco destruís todo mi universo. Te llevás las miradas que me dan paz, me dejás paulatinamente sin caricias, sin besos, sin astros. Vas saqueando todos los territorios.
Te odio. Pero te odio con dolor, con furia, con desdén. Hay personas que no quiero que te atrevas a tocar nunca. No voy a permitirte la impertinencia de corromper a quiénes amo… Sin embargo… ¿cómo hago? ¿Cómo impido tu acción? Tu manto frío, aborrecido, brutal y descortés con el cual nos envolvés a todos en un estado de terrible igualdad. Tocás a un Rey, al enviado de Dios, a una Santa o al más insignificante de los seres y los igualás. Nos convertís en deshielo, en sangre coagulada, en objeto, en putrefacción. ¿Cómo se te permite semejante imprudencia? ¿Dónde está el ente que pueda combatir tu injusticia? Te movés con ese descaro porque sabés que no hay nadie con la magnitud para defendernos de tu ultraje. Pero yo creo en un Dios, soberano y justo, racional y perfecto que puede encender su luz para iluminar tu hedionda oscuridad. Creo en él, más que en mí misma, pero igual te temo. Tengo terror de que llegues y me sorprendas, tengo horroroso pánico de esa fecha que irá escrita debajo de mi nombre, debajo de los nombres de los que amo.
Tenés un aliado poderoso e implacable, por eso te es tan fácil ganar este juego. Aquel que fortalece relaciones, que da experiencia, seguridad, aquel que a veces nos juega de amigo y nos hace creer que lo tenemos a nuestro lado. Siempre nos traiciona porque camina de tu mano. Nos ataca por la espalda.
Sé que vas a llegar, que sos ineludible, que no puedo esconderme ni esconderlos, lo sé. Pero quiero dejarte en claro que estoy definitivamente en tu contra, que te detesto y que no espero que seas piadosa conmigo. Me apena tu insensibilidad. Me da lástima esa tarea tuya de alimentarte del aliento de los otros. Existís sólo porque otros ya no existen ¡qué triste manera de sobrevivir!

jueves, 8 de julio de 2010

El arte y yo...


Y sí, vivo con este invierno en el pecho, aunque sea verano, aunque haga calor. Hay un frío transparente que atraviesa mis entrañas, esta soledad que no deja de pisarme la sombra. Me reconozco en otros versos, en palabras ajenas que germinaron en mí. Tengo un torrente en las venas que se me escapa y este cuerpo que contiene las ganas de huir. Me siento ajena a este espacio, a este tiempo y busco en otros ojos la mirada que destelle los colores que yo destilo. El mundo que yo veo me es tan indiferente, pero hay otros, que escribieron, que cantaron, que pintaron mi mismo dolor, entonces sé que no estoy sola, esta es una soledad de muchos. Una soledad que viene viajando a través de los siglos, y perdura en algunas almas indefensas, intranquilas, ¿incongruentes?
Soy esto que luce, a veces un vestido azul, a veces una perla roja. Soy estos cinco sentidos con los que percibo, conozco, creo y descreo. Soy este ser atrapado en la bocacalle de las letras. Esta mariposa inquieta que no puede apagar la máquina de sentir, que no puede ser normal. Soñar con una familia feliz, con un viaje a Brasil, con una boca seductora que besa. Ansío un verso perfecto, una estrofa eterna, una palabra justa. Soy feliz con una frase, con una voz que emociona, con un piano en armonía. No pretendo acumular riquezas, objetos, títulos. Prefiero acumular recuerdos, sensaciones, prefiero repetir de memoria las palabras fanales, prefiero arte. En un mundo de injusticia y desesperación. En un mundo impropio, mezquino, vil, prefiero arte.
El olvido que a veces me baña y deja que me ría de un chiste simple y banal es la limosna que me da el destino para mitigar el dolor. Para hacerme sentir igual, para teñirme de indiferencia como aquellos que no murieron nunca vendados contra el paredón, porque no tuvieron valor para arriesgar, no tuvieron rebeldía que ofrecer, voluntad para luchar. Es verdad que unas meras palabras no van a cambiar el mundo, tampoco la acción de un político, ni las manifestaciones, ni la religión. El mundo no puede cambiarse. Pero puede cambiarse un alma. Podemos regalar emoción, frustración, sensibilidad, lágrimas o sonrisas. ¿Qué más necesita el hombre para sobrevivir? Si Madame Bovary me sirvió de consuelo, si el Ángel Gris me regaló los sueños más gratos, si El extranjero fue un placebo, Alfonsina una heroína, Shakespeare una ilusión. Nadie me dio tanto.
Tal vez el arte viaje en un río traicionero, que dibuje una realidad que no existe. Importa que Julieta no sea más que la imaginación de un hombre. ¿No es más que la imaginación de un hombre? Lloré por la muerte de Margarite Gautier, y ese llanto fue real, tan real como cuando se llora una traición. La vida de Amaranta es trágica y resignada y eso no puede discutirse. Porque su vida es real. Porque Macondo es un lugar guardado en algún rincón que ya vamos a encontrar. Prefiero creer en los duendes, antes que creer en el comunismo, en los derechos humanos o en las Naciones Unidas. Prefiero creer en la magia que no lastima, que no se alimenta de los despojos de los demás. Prefiero creer en Dios antes que en un líder. No es que haya perdido la cordura, pero hace rato que ya no la uso. No la creo necesaria en este mundo de insensatos, egoístas y manipuladores. No me sirve la razón. La olvidé en el pantano de las alegrías. La deje en un costado. Y ahora busco un referente que me salve, que me guíe, que me aliente. Quiero mirarme en los espejos sin hacerlos sangrar. Quiero creer en un futuro mejor vestido. Quiero a la dignidad como algo común y corriente, nada para admirar. Pero sigo deletreando las ideas que me habitan y que tal vez jamás podré escribir. Sigo sin ser útil, necesaria. Afilo mis colmillos como en cada mañana y me preparo a combatir en lo cotidiano, a sobrevivir, a dejarme ser. Mientras espero el arribo de un colega que me acompañe en este viaje, alguien convencido de que existe el paraíso aunque ya sepa de ante mano que lo más probable sea que no acabemos en él.