
Y sí, vivo con este invierno en el pecho, aunque sea verano, aunque haga calor. Hay un frío transparente que atraviesa mis entrañas, esta soledad que no deja de pisarme la sombra. Me reconozco en otros versos, en palabras ajenas que germinaron en mí. Tengo un torrente en las venas que se me escapa y este cuerpo que contiene las ganas de huir. Me siento ajena a este espacio, a este tiempo y busco en otros ojos la mirada que destelle los colores que yo destilo. El mundo que yo veo me es tan indiferente, pero hay otros, que escribieron, que cantaron, que pintaron mi mismo dolor, entonces sé que no estoy sola, esta es una soledad de muchos. Una soledad que viene viajando a través de los siglos, y perdura en algunas almas indefensas, intranquilas, ¿incongruentes?
Soy esto que luce, a veces un vestido azul, a veces una perla roja. Soy estos cinco sentidos con los que percibo, conozco, creo y descreo. Soy este ser atrapado en la bocacalle de las letras. Esta mariposa inquieta que no puede apagar la máquina de sentir, que no puede ser normal. Soñar con una familia feliz, con un viaje a Brasil, con una boca seductora que besa. Ansío un verso perfecto, una estrofa eterna, una palabra justa. Soy feliz con una frase, con una voz que emociona, con un piano en armonía. No pretendo acumular riquezas, objetos, títulos. Prefiero acumular recuerdos, sensaciones, prefiero repetir de memoria las palabras fanales, prefiero arte. En un mundo de injusticia y desesperación. En un mundo impropio, mezquino, vil, prefiero arte.
El olvido que a veces me baña y deja que me ría de un chiste simple y banal es la limosna que me da el destino para mitigar el dolor. Para hacerme sentir igual, para teñirme de indiferencia como aquellos que no murieron nunca vendados contra el paredón, porque no tuvieron valor para arriesgar, no tuvieron rebeldía que ofrecer, voluntad para luchar. Es verdad que unas meras palabras no van a cambiar el mundo, tampoco la acción de un político, ni las manifestaciones, ni la religión. El mundo no puede cambiarse. Pero puede cambiarse un alma. Podemos regalar emoción, frustración, sensibilidad, lágrimas o sonrisas. ¿Qué más necesita el hombre para sobrevivir? Si Madame Bovary me sirvió de consuelo, si el Ángel Gris me regaló los sueños más gratos, si El extranjero fue un placebo, Alfonsina una heroína, Shakespeare una ilusión. Nadie me dio tanto.
Tal vez el arte viaje en un río traicionero, que dibuje una realidad que no existe. Importa que Julieta no sea más que la imaginación de un hombre. ¿No es más que la imaginación de un hombre? Lloré por la muerte de Margarite Gautier, y ese llanto fue real, tan real como cuando se llora una traición. La vida de Amaranta es trágica y resignada y eso no puede discutirse. Porque su vida es real. Porque Macondo es un lugar guardado en algún rincón que ya vamos a encontrar. Prefiero creer en los duendes, antes que creer en el comunismo, en los derechos humanos o en las Naciones Unidas. Prefiero creer en la magia que no lastima, que no se alimenta de los despojos de los demás. Prefiero creer en Dios antes que en un líder. No es que haya perdido la cordura, pero hace rato que ya no la uso. No la creo necesaria en este mundo de insensatos, egoístas y manipuladores. No me sirve la razón. La olvidé en el pantano de las alegrías. La deje en un costado. Y ahora busco un referente que me salve, que me guíe, que me aliente. Quiero mirarme en los espejos sin hacerlos sangrar. Quiero creer en un futuro mejor vestido. Quiero a la dignidad como algo común y corriente, nada para admirar. Pero sigo deletreando las ideas que me habitan y que tal vez jamás podré escribir. Sigo sin ser útil, necesaria. Afilo mis colmillos como en cada mañana y me preparo a combatir en lo cotidiano, a sobrevivir, a dejarme ser. Mientras espero el arribo de un colega que me acompañe en este viaje, alguien convencido de que existe el paraíso aunque ya sepa de ante mano que lo más probable sea que no acabemos en él.