Creo que ya entendí esta pasión por el fútbol. Ahora que ya
pasó, ahora que hay volver a la rutina, yo sospecho comprender lo que nos pasa.
Y es que no quiero que se termine. No quiero guardar la camiseta, descolgar la
bandera, no quiero poner a dormir la argentinidad. Porque esto del fútbol era una excusa,
encontramos un lugar donde sentirnos iguales, donde todos queríamos lo mismo. Y
hablábamos en la calle, nos uníamos, todos con un mismo sueño. Claro que no pensamos
todos de la misma manera: para algunos nombrar a Messi es nombrar a Dios, para
otros Messi no juega nada. Pero sabíamos convivir con nuestras diferencias, se
intercambiaban opiniones, pero no nos peleábamos porque en definitiva todos
queríamos lo mismo.
Y claro, después de tanto payaso que nos representa, después
de sentir vergüenza tantas veces por la falta de moral de otros, encontramos un
grupo de personas que nos hacen quedar bien. Entonces esto excede los límites
del deporte, porque canalizamos en los goles el dolor que llevamos por tantas
otras cosas. Cuando gritamos un gol, es como si nos sanáramos un poquito todo lo que nos duele. Y no es que
nos olvidemos que hay chicos con hambre, políticos corruptos, problemas en la
educación… Precisamente porque no lo olvidamos nunca queremos encontrar una
razón para ser felices, un momento para descansar. Salimos a la calle con
banderas y alegría, nos queremos todos y
no importa si al que abrazo lee Clarín, o es un devoto del gobierno K. No
estamos divididos porque perseguimos el mismo sueño. Pero ahora se acabó, y
sospecho que tristemente todo volverá a la normalidad.
Por lo pronto, sólo se puede agradecer a Sabella y a su magnánima selección, porque sin quererlo nos dieron más que fútbol. Durante un mes lograron lo que en años, ninguno de nuestros representantes políticos supo hacer: nos dieron la experiencia de sentir un país unido, persiguiendo un mismo horizonte, y eso nos hizo felices. Quisiera que esta unión
que nos hermana se haga extensiva y sepamos convivir con nuestras diferencias. Quisiera que esta final, no sea el final de esto que sentimos durante un mes. No aspiro a que todos pensemos de la misma
manera, claro que no. Pero sería tan lindo aprender a aceptarnos. Sería
grandioso también que los otros que nos representan, aprendan un poco de
nuestra amada selección, y empiecen a
jugar limpio y dejarlo todo por Argentina. Así, nos darían nuevos motivos para sentir orgullo, y más razones para
unirnos. Pero eso sí es una utopía, porque la alegría y el orgullo les pasa tan
de lejos que presiento que cada vez que los argentinos seamos genuinamente
felices las causas van a estar siempre en cualquier otro lugar.