domingo, 13 de julio de 2014

Que la final, no sea el final

Creo que ya entendí esta pasión por el fútbol. Ahora que ya pasó, ahora que hay volver a la rutina, yo sospecho comprender lo que nos pasa. Y es que no quiero que se termine. No quiero guardar la camiseta, descolgar la bandera, no quiero poner a dormir la argentinidad.  Porque esto del fútbol era una excusa, encontramos un lugar donde sentirnos iguales, donde todos queríamos lo mismo. Y hablábamos en la calle, nos uníamos, todos con un mismo sueño. Claro que no pensamos todos de la misma manera: para algunos nombrar a Messi es nombrar a Dios, para otros Messi no juega nada. Pero sabíamos convivir con nuestras diferencias, se intercambiaban opiniones, pero no nos peleábamos porque en definitiva todos queríamos lo mismo.

Y claro, después de tanto payaso que nos representa, después de sentir vergüenza tantas veces por la falta de moral de otros, encontramos un grupo de personas que nos hacen quedar bien. Entonces esto excede los límites del deporte, porque canalizamos en los goles el dolor que llevamos por tantas otras cosas. Cuando gritamos un gol, es como si nos sanáramos un  poquito todo lo que nos duele. Y no es que nos olvidemos que hay chicos con hambre, políticos corruptos, problemas en la educación… Precisamente porque no lo olvidamos nunca queremos encontrar una razón para ser felices, un momento para descansar. Salimos a la calle con banderas  y alegría, nos queremos todos y no importa si al que abrazo lee Clarín, o es un devoto del gobierno K. No estamos divididos porque perseguimos el mismo sueño. Pero ahora se acabó, y sospecho que tristemente todo volverá a la normalidad.
Por lo pronto, sólo se puede agradecer a Sabella y a su magnánima selección, porque sin quererlo nos dieron más que fútbol. Durante un mes lograron lo que en años, ninguno de nuestros representantes políticos supo hacer: nos dieron la experiencia  de sentir un país unido, persiguiendo un mismo horizonte, y eso nos hizo felices.  Quisiera que esta unión que nos hermana se haga extensiva y sepamos convivir con nuestras diferencias.  Quisiera que esta final, no sea el final de esto que sentimos durante un mes. No aspiro a que todos pensemos de la misma manera, claro que no. Pero sería tan lindo aprender a aceptarnos. Sería grandioso también que los otros que nos representan, aprendan un poco de nuestra amada  selección, y empiecen a jugar limpio y dejarlo todo por Argentina. Así, nos darían nuevos motivos  para sentir orgullo, y más razones para unirnos. Pero eso sí es una utopía, porque la alegría y el orgullo les pasa tan de lejos que presiento que cada vez que los argentinos seamos genuinamente felices las causas van a estar siempre en cualquier otro lugar.