Borges dijo que la amistad, al contrario del amor, no necesita frecuencia. Y es cierto. Pero algunos abusan de esa condición. Si bien es verdad que podemos tener amigos íntimos a los que vemos muy de vez en cuando, también es cierto que la amistad supone un vínculo y como tal merece cierta atención.
Discrepo con la gente que piensa que a los amigos se los conoce en las malas. En realidad, a los verdaderos amigos se los reconoce por el paso del tiempo. En lo personal, no soy devota de aquellas personas que están sólo en los malos momentos. Porque los amigos, los de verdad, están siempre. Claro que uno crece, y entonces hay más responsabilidades y menos tiempo, y en consecuencia la frecuencia disminuye. Y aquí es donde toma sentido la frase de mi querido Borges. El amor no resiste esa disminución, la amistad, sí. Pero de todos modos, uno encuentra la manera de hacerse presente, sobre todo en esta época en donde la tecnología nos permite llegar a cualquier lado, en cualquier momento. Entonces uno envía una foto, un comentario, o hacemos un chiste. Pero buscamos la manera de estar ahí, cerca de las personas queridas. Porque esas cosas fortalecen los vínculos. Y cada tanto debe aparecer el tiempo para las visitas, al menos dos por año. Porque para las internaciones, los velorios y las tragedias el tiempo aparece. Pero, por lo menos yo, no quiero esperar a que suceda una desgracia para ver a la gente que quiero. Además, con suerte, las desgracias son mucho menos frecuentes que los buenos momentos. Y si me permiten la hostilidad, tengo la leve impresión de que esas visitas esporádicas en los peores momentos responden más a una necesidad inconsciente (o no) de aliviar la conciencia personal y no a una necesidad genuina de compartir tiempo con el otro. De todos modos, esas presencias son muy poco necesarias, ya que cuando uno está mal quiere al lado a los de siempre. A los amigos cómplices, los de todos los días, los que demostraron siempre cariño de verdad. Porque de lo contrario uno se sentiría rodeado de extraños. Ni la sangre, ni que hayamos compartido juntos la infancia o la adolescencia, nos hacen necesarios en la vida del otro. La necesidad surge a través del vínculo. Vínculo que si no se respeta se desvanece. Por eso hay que cuidar a los amigos, hacerse tiempo para estar ahí, compartir cosas simples, estar siempre aún en la distancia. Hay que hacerse querer. Porque los corazones no tienen puertas giratorias, y una vez que se sale, rara vez se vuelve a entrar. Háganlo ahora. Porque después es tarde.
lunes, 13 de octubre de 2014
domingo, 13 de julio de 2014
Que la final, no sea el final
Creo que ya entendí esta pasión por el fútbol. Ahora que ya
pasó, ahora que hay volver a la rutina, yo sospecho comprender lo que nos pasa.
Y es que no quiero que se termine. No quiero guardar la camiseta, descolgar la
bandera, no quiero poner a dormir la argentinidad. Porque esto del fútbol era una excusa,
encontramos un lugar donde sentirnos iguales, donde todos queríamos lo mismo. Y
hablábamos en la calle, nos uníamos, todos con un mismo sueño. Claro que no pensamos
todos de la misma manera: para algunos nombrar a Messi es nombrar a Dios, para
otros Messi no juega nada. Pero sabíamos convivir con nuestras diferencias, se
intercambiaban opiniones, pero no nos peleábamos porque en definitiva todos
queríamos lo mismo.
Y claro, después de tanto payaso que nos representa, después
de sentir vergüenza tantas veces por la falta de moral de otros, encontramos un
grupo de personas que nos hacen quedar bien. Entonces esto excede los límites
del deporte, porque canalizamos en los goles el dolor que llevamos por tantas
otras cosas. Cuando gritamos un gol, es como si nos sanáramos un poquito todo lo que nos duele. Y no es que
nos olvidemos que hay chicos con hambre, políticos corruptos, problemas en la
educación… Precisamente porque no lo olvidamos nunca queremos encontrar una
razón para ser felices, un momento para descansar. Salimos a la calle con
banderas y alegría, nos queremos todos y
no importa si al que abrazo lee Clarín, o es un devoto del gobierno K. No
estamos divididos porque perseguimos el mismo sueño. Pero ahora se acabó, y
sospecho que tristemente todo volverá a la normalidad.
Por lo pronto, sólo se puede agradecer a Sabella y a su magnánima selección, porque sin quererlo nos dieron más que fútbol. Durante un mes lograron lo que en años, ninguno de nuestros representantes políticos supo hacer: nos dieron la experiencia de sentir un país unido, persiguiendo un mismo horizonte, y eso nos hizo felices. Quisiera que esta unión
que nos hermana se haga extensiva y sepamos convivir con nuestras diferencias. Quisiera que esta final, no sea el final de esto que sentimos durante un mes. No aspiro a que todos pensemos de la misma
manera, claro que no. Pero sería tan lindo aprender a aceptarnos. Sería
grandioso también que los otros que nos representan, aprendan un poco de
nuestra amada selección, y empiecen a
jugar limpio y dejarlo todo por Argentina. Así, nos darían nuevos motivos para sentir orgullo, y más razones para
unirnos. Pero eso sí es una utopía, porque la alegría y el orgullo les pasa tan
de lejos que presiento que cada vez que los argentinos seamos genuinamente
felices las causas van a estar siempre en cualquier otro lugar.
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