Es mentira que no es necesario verlos todos los días. Ojalá
se pudiera, como antes, en aquellos tiempos en donde lo único importante eran
las tardes con ellos. Lo que sí es verdad es que no hace falta verlos siempre
para quererlos como en aquellos tiempos. A mí me basta saber que están ahí, al
otro lado del teléfono aunque sean horas no adecuadas. Me alcanza que sepan
preguntar qué me pasa aunque yo crea que puedo simular la mejor de las
sonrisas. Y me sobra que me llamen en sus ratos libres, que no puedan evitar
acordarse de mí cada vez que suena esa canción que durante la adolescencia
escucharon hasta el hartazgo en mi casa, que me sorprendan con algún mail breve.
Y digo me sobra, porque tampoco necesito de eso para quererlos, porque inevitablemente,
ya lo quiero.
También es verdad que ninguno de ellos se parece entre sí, y
en esa diferencia yo también me diferencio. Y cada uno explora en mí una zona
que hasta muchas veces yo misma desconozco.
Con algunos puedo ser una excelente narradora de mis propias historias,
a veces fabulosas, a veces no tanto pero hacemos lo posible para que lo sean. Y
yo sé que les gusta escuchar, que quieren escuchar, y reímos. Con otros, en
cambio, soy una amiga que escucha en silencio las aventuras más disparatadas, y
que los deja sentirse protagonistas de las historias más impensadas. A ellos
les gusta contar, protagonizar, a mí escucharlos, creerles, y reímos. Con otros
pocos, a veces, dejamos escapar un pequeño lado oscuro y hacemos las opiniones
más sentenciosas, pero después, reímos.
Para algunos, soy una artista, para otros simplemente estoy loca, para
unos cuantos soy más inteligente de lo normal, para otros muchos me falta
aprender tanto. Pero si alguien les pregunta por mí seguramente dirán que soy
la mejor persona del mundo, aunque sepan que eso está muy lejos de ser verdad.
Tengo quienes son mucho más grandes que yo y también otros a
los que les llevo unos cuantos años. Pero nos entendemos, y cuando estamos
juntos, es como si fuéramos una misma cosa, por lo tanto, estoy segura de que la
amistad no entiende del tiempo. Ni de distancia, porque con algunos estamos muy
cerca pero con otros estamos tan lejos, y sin embargo, el sentimiento es el
mismo. Tampoco responde a ideologías, porque con muchos pensamos muy igual,
pero con la gran mayoría somos tan, pero tan distintos, y aun así la amistad es
cada día más fuerte. Y gracias a dios también supera barreras religiosas, y de
nacionalidad, y de gustos. Vaya a saber qué es lo que nos une. Pero ese algo es
tan fuerte que hasta nos hace creer, de a ratos, en la inmortalidad.
Por eso se me ocurrió escribirles, a los que son de la
familia porque llevamos la misma sangre y a los que son de la familia a pesar
de que no llevamos la misma sangre. A
esos que crecieron conmigo, a los de toda la vida, y a los viejos amigos que
conocí hace muy poco. A los que veo con frecuencia, y a los que no. Y debería decírselos
todos los días, pero la fecha me da la excusa perfecta: gracias, por estar en
los momentos en los que todos quisiéramos estar en otro lado, gracias por
publicar las frases que me gustan leer en el facebook, por no ceder al desgano
más allá de la falta de tiempo y el cansancio; más gracias por la paciencia, por
aceptar mi decisión de crecer tan despacio, por concordar y por desacordar
conmigo, por entender sin compartir, por compartir sin entender. Gracias por
tomar mis mates y hacerme creer que están ricos. Por perdonar mis ausencias,
mis despistes, mi impuntualidad. Por acompañarme
en mis ideas desmesuradas, por alentar mis logros, y hacer nimias mis caídas,
por disfrutar mi alegría y hacerla casi propia. Por compartir sus logros
conmigo, por dejarme permanecer. Por ser compañeros y confidentes. Por saber
guardar secretos. Por respetar mis decisiones y mi privacidad. Por compartir conmigo
sus decisiones y su privacidad. Porque si bien a veces el mundo me duele, y
quiero gritar, correr, huir, ustedes son el pie en el freno, la rosa en el
desierto, la rectificación de la palabra confianza. Y muchas veces más gracias
por las palabras, los silencios, la miradas, la caricia en la espalda.
Y sobre todo gracias por los momentos que van a venir. Por
la vida que nos queda. Por el futuro perenne de esta amistad.