lunes, 8 de noviembre de 2010

Animal Superior

Un cuarto pintado de rosa. Salvajemente desordenado. Una alfombra rosa viejo con pesadas huellas masculinas. Libros de cuentos tirados en el piso, páginas rotas, princesas desdibujadas. Las hadas parecen haberse ido. Una muñeca vieja, rota, abandonada en un rincón, queriendo pedir auxilio, sufriendo su inmovilidad. Una silla volcada. En el escritorio, las páginas mudas de un diario íntimo perfumado. Una radio que, ajena al dolor, reproduce el tema del momento. En la pared un espejo que quiere olvidar el recuerdo de las últimas imágenes. Vaya a saber con qué esfuerzo el galán norteamericano de la foto mantiene esa sonrisa frívola. La cama deshecha. Los pétalos de una rosa deshojada se confunden con las gotas de sangre que traspasan el colchón. Jirones de ropa, mechones de pelo, retazos de piel.

Mañana un colegio dudará en abrir sus puertas. Dos padres no tendrán consuelo. Los diarios ya tienen tapa.
Mañana las personas oirán la noticia mientras comen y esperan que empiece la novela. El más sensible o tal vez el más osado hará un comentario profundo, una opinión, una sentencia. Hasta ahí llegará el compromiso.

Un abogado y un fiscal juntarán pruebas, testigos, declaraciones. Con el tiempo un juez dará un veredicto. ¿Culpable? ¡Cómo si acaso importara!

La muñeca no puede arreglarse. Las hadas no vuelven a las páginas del cuento. La rosa no puede volver a ser pimpollo. El dolor, el olor, el desgarro quedaron en la piel, en los ojos, en la voz. No se limpia. No hay reparo.

Hoy un alumno me preguntó si el hombre es el ser más inteligente del planeta. Yo estaba distraída. Le dije que sí. Estoy arrepentida.