jueves, 7 de octubre de 2010

De todas mis cosas


De todas mis debilidades, la que más respeto es la que me lleva a caer en las líneas de tu boca. La que me obliga a perder mi libre albedrío para someterme a los pedidos de tu voz. De todas mis insolencias, la que más me gusta es la que me permite faltarte el respeto, para hacer de tu cuerpo el vehículo a mi locura. La que me deja decirte lo que quiero, cuando quiero sin cuidar el lenguaje y la armonía. De mis desvergüenzas prefiero aquella que me permitió plantar mi aliento en las palmas de tus manos y colgar entre tus dedos la responsabilidad de una respuesta. De mis muchos despistes, elijo el que permite que me olvide tus ofensas, y acepte reconciliaciones y todos esos besos que vienen, después, en cadena.
De mis ingenuidades, que no me falte nunca aquella que me lleva a creer en el para siempre de tus labios, que es la misma que consiente a tus promesas y te acepta las excusas.
De los secretos, el que jamás confesaré es justo el mismo que sólo vos y yo sabemos y que nadie se imagina.
Del montón de mis errores sólo uno no estuvo equivocado, es el que me llevó a poner mi cuerpo, mi voluntad y mis delirios en tus manos. De mis creencias prefiero esa que te convierte en mi dios, y deposita toda mi fe en tus acciones y palabras. La que te agiganta y enaltece y te vuelve sobrehumano.
De todas las palabras, elijo dos, las más comunes, que se repiten en todas las voces, que se gastan y se usan hasta el cansancio. Pero me encanta sacarlas de mi boca y guardarlas en tu lengua, para que me las digas después. Porque mojadas en tu saliva, abiertas a tu voz, envueltas en tu fonética y revividas por tu aliento, adquieren cada vez un nuevo y mejor significado.

domingo, 3 de octubre de 2010

La muerte al desnudo


Quizás fue la sorpresa de lo inesperado. Quizás la juventud, la vitalidad y la alegría con la que la asociábamos. Lo cierto es que para muchos la muerte de Romina Yan fue tan inexplicable como injusta. Lo verdaderamente trágico queda para su familia y amigos. Para la inmensidad de esos lugares vacíos que deja.
A nosotros, los que estamos lejos, nos queda el sinsabor de la finitud a la que nos vimos obligados a enfrentarnos. Así, tan abruptamente sale a la luz la fragilidad de nuestra existencia. Somos quebrantables, tan vulnerables al destino que nos hace y deshace a su antojo.
La que escribe confiesa que alguna vez, en su infancia, se encontró frente a un espejo jugando a ser Romina, tratando de bailar así, y en alguna ocasión lo habrá logrado. Ya de más grande pensó, como tantas otras chicas, qué lindo sería ser ella. Porque para nuestros ojos, lo tenía todo. Sin embargo, acá estamos ahora. Frente a la realidad, sin tapujos ni mentiras. Porque nos mentimos. Siempre nos mentimos. Cuanto más adultos, más artilugios le buscamos a la vida, a la existencia, a la muerte. Un animal cualquiera, aún el más feroz y poderoso puede morir de repente y no necesitamos justificarlo. Es naturaleza. Pero cuando esto nos sucede a uno de nosotros no podemos entenderlo, necesitamos explicarlo. Algo más, algún secreto indescifrable y misterioso tiene que haber. Tenemos que crear o creer en una razón, porque de lo contrario seríamos naturaleza al desnudo, y eso no podemos admitirlo, aunque la verdad nos estalle en la cara.
Obviamente las explicaciones médicas no son suficientes para justificar esta muerte. Necesitamos más…
Pero para conformarnos nos olvidamos de a ratos, y así construimos nuestra felicidad. Y ese olvido es también el que nos permite enojarnos, insultar o maltratar a quienes más amamos. Porque rara vez tomamos conciencia de que un día cualquiera ese ser se convertirá en ausencia. Una ausencia irreversible en donde no habrá lugar para perdones ni olvidos.
Yo me inscribo a la lista de quienes creen en el destino. Seguimos un camino que no podemos alterar, hagamos lo que hagamos. Nuestra meta es descubrir cuál es ese destino y una vez hallada la respuesta dedicarnos a vivir lo mejor que sepamos hacerlo.
El destino de Romina ya está cumplido. Pero ni la muerte de ella, ni ninguna otra, debe ser en vano. Porque nadie debe irse de este mundo sin hacer ruido. Toda muerte debe ser estruendosa y deberá ser capaz de hacer derramar sobre la tierra alguna lágrima.
Por eso, que el choque brusco que nos dio la realidad ese gris martes 28 de septiembre no sea absurdo. No cambiemos de canal y empecemos de nuevo. Claro que todo seguirá su rumbo, porque ninguna muerte detiene al mundo. Pero empecemos a aceptar que todos estamos en las manos de algo más que no podemos comprender. Entonces habrá que tomar conciencia y saber vivir, incluso por los que ya no pueden hacerlo. No nos callemos nada. No guardemos los abrazos, ni los “te quiero”. Más bien reprimamos los enojos. Disfrutemos lo simple y cotidiano, porque aunque hay cosas que hacemos todos los días, sabemos que no serán para siempre. Y sobre todo vivamos como queramos vivir. En libertad y a pleno vuelo. Siendo lo que queremos ser, amando lo que queramos amar. Sin callarnos nada y de frente a nuestras convicciones. Porque de nuestro futuro no sabemos casi nada, y lo único que sabemos es también lo único que no podemos aceptar.
Por eso dediquémonos a vivir. Porque la muerte llega y con esa puta costumbre de ser, siempre, tan cruel.