viernes, 20 de agosto de 2010

Un refugio para las desilusiones

Sábato dice, que todo ser humano que sea consciente de su mortalidad no puede ser plenamente feliz. El arte sirve para escapar de la muerte, para alejarse un poco del campo del reloj. Las fechas que aún no están escritas debajo de los nombres me persiguen y me angustian. Indefectiblemente todo se perderá. Y no hay manera de evitarlo. Pero lo triste de todo esto es que a veces vivimos esta vida como si fuera un ensayo. Sin tener en cuenta que lo que no hacemos justo a tiempo, quizás no pueda hacerse jamás. Aunque ciertas veces yo también me siento a mirar. Y me quejo de que la vida es injusta, veo cómo no le da a las personas lo que se merecen, veo el dolor y la lucha incansable de las personas que amo, y veo como el destino permanece inmutable. Pero simplemente miro y no sé hacer nada. Vaya a saber por qué nunca tengo velocidad de reacción para darle a la gente que amo lo que sé que se merecen. Entonces, de repente, quiero provocar el cambio. Quiero justificar mi existencia y hacer por mí lo que creo que merezco. Y sí, claro: quiero cambiar el mundo. Y esas cuatro palabras están tan gastadas, se usaron tantas veces que se vaciaron de significado. Ahora no es más que una ambición desmesurada de algunos idealistas. Pero claro, si vamos a cambiar el mundo hay que empezar por pintar nuestra aldea. Entonces empecé. Despacito, empecé a hacer aquello que yo creía que iba a significar el cambio. No en el mundo entero, sólo en la porción de espacio que me tocó. Y ese intento, al que me subo todos los días, con mis ideales y mis convicciones, con toda mi pasión, me trae a cada rato una desilusión. Estoy sola. En medio de un montón de mezquindad e hipocresía. Envuelta entre resignados, conformistas o descreídos. Y esa sensación de frustración, el desamparo de no poder encajar, hace que necesite refugiarme. En los libros, en esa gente que escribió lo que a mí me pasa. En tu música, que alimenta mi bohemia. Hace muy poco alguien me dijo que cuando me dé cuenta de que no voy a poder cambiar el mundo igual le siga siendo fiel a mis convicciones. Ya me di cuenta cómo es la verdad. Pero no voy a dejar de hacer lo que hago, no voy a renunciar a mi pasión, porque no sé hacer otra cosa. Si dejo mis sueños, mis ganas de construir un futuro distinto, no me queda más por hacer. Pero todo es muy difícil, los ideales quedan mejor en los libros, en los versos, pero la gente no suele llevarlos a la práctica. Entonces se me viene a la mente una canción: tan débil soy que cantar (en mi caso escribir) es mi mano alzada y fuerte. No encuentro otra cosa por hacer. No voy a mentir, de a ratos siento que puedo, pero todo se hace inmenso cuando salgo de la cama e incluso el lugar que me tocó es demasiado grande para mí y no sé si puedo conquistarlo. A veces me siento tan grande y tan pequeña a la vez y me hundo en esa ambigüedad sin encontrar respuestas. Por eso me refugio. Alguien dijo una vez “tenemos arte para no morir de la verdad” y yo estoy totalmente de acuerdo. Así, me fusiono entre las letras de aquellos en los que me reconozco, me escondo en un cuadro de Dalí o me diluyo entre las notas de alguna partitura, a fin de engañar a la desilusión para que no me encuentre. No, al menos tan seguido. Lo trágico de esta aventura es saber de antemano que el desencanto ya me tiene en su agenda y que tarde o temprano se va a sentar en mi espalda, como le pasó a todos los que lucharon, escribieron y pensaron, un mundo mejor. La muerte es tan desalmada que viene con la verdad de la mano, y nos hace chocar contra la realidad a la que muchas veces le escapamos. ¿Qué puedo pretender lograr yo, desde este espacio chiquito y con estas alas frágiles?, si los más grandes cayeron irremediablemente en el espanto. Hombres y mujeres activistas de una revolución artística en nombre de la Paz y la Esperanza. Artesanos de una utopía cada vez más distante y desdibujada. Con pavor resuenan en mi inconsciente, casi como un presagio certero las últimas palabras que escribió Saramago en su blog “lo que más me duele de morir es que dejo un mundo mucho peor que el que encontré.” Inevitable certeza que visitará a cada uno de los que aún en medio de tanta paranoia nos atrevemos a creer que podemos cambiar algo.